COLOMBO SAPEVA PREVEDERE GLI URAGANI DEL CARIBE
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Pur essendo un navigatore esperto, Colombo non conosceva gli uragani nei Caraibi, che anno caratteristiche molto diverse da quelle delle tempeste che aveva affrontato molte volte nei suoi viaggi. Nelle quattro spedizioni che fece nel Nuovo Mondo - tra il 1492 e il 1504 –più di una volta dovette fronteggiare gli uragani.
Cristoforo Colombo ai comandi di una flotta di 2 caravelle - il Capitano e il Santiago - e 2 navi - la Gallega e il Biscaglia - iniziò il suo quarto viaggio lasciando Cadice il 9 maggio 1502. Dopo essersi fermato alle Isole Canarie, il 25 di quel mese lasciò il porto di Maspalomas, a sud di Gran Canaria, e salpò per le Antille, aiutato, come nei viaggi precedenti, dagli alisei. Il 29 giugno la flotta arrivò a Santo Domingo, sull'isola di Hispaniola. I giorni precedenti, navigando nelle acque dei Caraibi, Columbo si rese conto che si stava avvicinando un uragano. Sapeva dai Taínos che si trattava di un fenomeno naturale particolarmente pericoloso in grado di manifestarsi nel cielo e nel mare.
I nativi usavano il nome fonetico Jurakan - che i conquistatori spagnoli trasformarono nella parola "uragano" - per riferirsi non solo ai cicloni tropicali che si verificano in quella regione, ma a qualsiasi tempesta. Nella loro mitologia, questi violenti fenomeni atmosferici erano creati e controllati dalla dea Guabancex, uno dei modi per identificare la divinità del caos Zeni.
Quel 29 giugno l'ammiraglio cercò rifugio a Santo Domingo. Il neo nominato governatore dell'isola, Nicolás de Ovando y Cáceres (1460-1511) gli proibì invece di entrare nel porto, nonostante Colombo gli avesse detto che si stava avvicinando un pericoloso fortunale. Il governatore era preso in quei giorni dai preparativi di una flotta di 30 navi, che sarebbero partite per la Spagna, cariche di merci preziose e di schiavi. Non solo impedì a Colombo e ai suoi uomini di rifugiarsi nella colonia, ma fu sordo all'avvertimento dell'ammiraglio. Data la situazione, e dopo aver osservato che l'uragano sarebbe andato a nord dell'isola, Colombo prese il comando della flotta dirigendosi verso la parte occidentale, in cerca di un riparo dove poter proteggersi dall’ uragano e salvandosi con i suoi uomini. Sebbene la furia dei venti dell'uragano e le grandi onde arrivarono a liberare le navi dall'ancoraggio riuscirono ugualmente a resistere riuscendo infine a raggiungere una baia.
Molto più sfortunata la flotta che lo stesso giorno 29 Nicolás de Ovando sollecitò a salpare. Santo Domingo fu devastata e l'uragano causò l'affondamento di 25 delle 30 navi , restituendone 4 molto danneggiate al porto. Solo una, l' Ago , riuscì a raggiungere la Spagna. In quel triste episodio morirono oltre 500 marinai spagnoli e un numero indeterminato di schiavi. La competenza e l'intelligenza di Cristoforo Colombo hanno impedito a quel numero di vittime di essere ancora maggiore.

decorazione

A pesar de ser un experimentado navegante, Colón no sabía que en el Caribe hay huracanes, de características muy distintas a las de las borrascas que daban lugar a los temporales a lo que se había enfrentado numerosas veces en sus travesías. En los cuatro viajes que hizo al Nuevo Mundo –entre los años 1492 y 1504–, en una ocasión uno de esos huracanes se interpuso en su camino, pero tuvo la capacidad de anticiparlo y esquivarlo, gracias a lo que previamente le habían contado los taínos, que era el pueblo indígena que ocupaba por aquel entonces la región antillana, con los que Colón mantuvo distintos encuentros.
A los 51 años de edad, Cristóbal Colón a los mandos de una flota de 2 carabelas –la Capitana y la Santiago– y 2 naos –la Gallega y la Vizcaína–, inició su cuarto viaje partiendo de Cádiz el 9 de mayo de 1502. Tras hacer escala en las islas Canarias, el día 25 de ese mes partió del puerto de Maspalomas, al sur de Gran Canaria, y puso rumbo a las Antillas, ayudado, como en los viajes precedentes, por los vientos alisios. El 29 de junio la flota llegó a Santo Domingo, en la isla de La Española. Los días previos, navegando ya por aguas caribeñas, Colón fue constatando que se aproximaba un huracán. Sabía por los taínos que se trataba de un fenómeno natural particularmente peligroso, y supo leer en el cielo y en el mar cómo se iba manifestando.
Aquellos nativos empleaban el nombre fonético jurakán –que los conquistadores españoles convirtieron en la palabra “huracán”– para referirse no solo a los ciclones tropicales que ocurren en aquella región, sino a cualquier tormenta o tempestad. En su mitología, todos estos fenómenos atmosféricos violentos eran creados y controlados por la diosa Guabancex, que era una de las formas de identificar a la deidad del caos y el desorden zeni.
La forma más común de representar a Guabancex es con una cara furiosa y con los brazos extendidos de manera similar a los brazos espirales de un huracán. Los taínos eran conocedores de una de las singularidades de los huracanes, que no es otra que el patrón de vientos rotatorios que engendran a su alrededor mientras se van desplazando. Este hecho lo conocía Colón gracias a ellos, y le ayudó a su llegada a La Española.
El huracán venía pisándoles los talones a las cuatro naves de Colón, cuando aquel 29 de junio el almirante vio la necesidad de buscar refugio en Santo Domingo. El recién nombrado gobernador de la isla, Nicolás de Ovando y Cáceres (1460-1511) le prohibió entrar en el puerto, a pesar de que Colón le dijo que se acercaba un peligroso huracán. El gobernador andaba esos días con los preparativos de una flota de 30 barcos que partirían de forma inminente para España, cargados de valiosas mercancías y con esclavos. No solo impidió que Colón y sus hombres desembarcaran en la colonia, sino que hizo oídos sordos a la advertencia del almirante. Ante esta situación, y tras observar –con acierto– que el huracán se dirigiría hacia el norte de la isla, Colón tomo el mando de la flota y fue bordeando La Española por el sur, dirigiéndose hacia su parte occidental, buscando un lugar donde poder protegerse lo más posible del huracán.
Esa decisión que Colón tuvo que adoptar a toda prisa fue acertada y, con casi total seguridad les salvó la vida. Aunque la furia de los vientos huracanados y el oleaje que acontecieron el día siguiente –30 de junio– llegó a soltar el anclaje de las naves, lograron resistir los duros golpes asestados por el huracán, consiguiendo finalmente agruparse todas ellas en una cala.
Mucha peor suerte corrió la flota que el mismo día 29 autorizó a partir Nicolás de Ovando. Santo Domingo quedó arrasada y el huracán se encargó de hundir 25 de los 30 barcos, regresando 4 de ellos muy dañados al puerto y solo uno, el Aguja, logró llegar a España. En aquel triste episodio fallecieron más de 500 marineros españoles y un número indeterminado de esclavos. La pericia e inteligencia de Cristóbal Colón impidió que esa cifra de víctimas fuera todavía algo mayor.

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