Articolo tratto da El Mundo scritto da Javier Serra direttore di Mas alla e autore dei libri La cena segreta e Le porte dei Templari.
EL MUNDO / UVE / MARTES 1 DE AGOSTO DE 2006
Por Javier Sierra
E N I G M A S
HISTORIAS SECRETAS...
¿De dónde sacaron Colón y el papa Cybo la certeza de que más allá de las columnas de Hércules iban a encontrar la ruta hacia el oro que necesitaban? La respuesta a esta duda que ayer se formulaba Javier Sierra tal vez se encuentre en un misterioso plano.
En agosto de 1998 puse pie en Estambul con el firme propósito de investigar la historia de uno de los mapas más curiosos del mundo. Mi objetivo era un portulano de cinco siglos de antigüedad que, de aceptarse lo que cuentan sus inscripciones, nos obligaría a reescribir la historia del descubrimiento de América.
El atlas en cuestión, fechado en 1513 y dibujado sobre una piel curtida de gacela de apenas 90 x 65 centímetros, describe en detalle las costas atlánticas de España y Portugal, el cuerno de África, y buena parte de Centro y Sudamérica. Pese a que también incluye los perfiles de islas como las Maldivas –que no se cartografiarían hasta 1592– y marca el nacimiento del río Amazonas en los Andes –circunstancia ignorada a comienzos del siglo XVI– esos son, realmente, los menores de sus enigmas.
Hoy, tan misteriosa carta de marear es, además, razonablemente famosa. Novelas como El origen perdido, de Matilde Asensi, la convirtieron en un icono popular en 2003. Y, sin embargo, pocos saben que fue pergeñada por un navegante turco llamado Muhiddin Piri Ibn Aji Mehmet, más conocido como Almirante Piri o Piri Reis, y concebida como un regalo para el entonces sultán otomano de Egipto.
Además, se trata de una auténtica gloria nacional turca. Aparece en los billetes de 10 liras nuevos (unos 4,7 euros); varias paredes en Estambul la reproducen en piedra o azulejo, y con frecuencia ilustra los carteles publicitarios de las oficinas de turismo del país.
Tanta fama la debe a Mustafá Kemal Atatürk, padre de la moderna y laica Turquía, ya que fue durante su mandato cuando se encontró el mapa –o mejor, la mitad occidental del mismo– entre los escombros de los abandonados palacios del Topkapi.
En 1929, Mustafá Kemal Atatürk adop tó el descubrimiento y decidió convertirlo en uno de los símbolos de su emergente república. Y tuvo éxito: no hay libro de mapas que aborde la cartografía del Nuevo Mundo que no lo incluya en un lugar de honor. A fin de cuentas, mucho antes de que los cartógrafos europeos se ocuparan de dibujar los detalles de América, un turco lo había hecho con una precisión pasmosa. Pero, ¿cómo?
Paradójicamente, documento tan manido esconde aún una bomba de relojería para los americanistas. Piri Reis, el hombre que lo pintó, se cuidó mucho de contar la historia de su atlas en un largo texto que escribió sobre el perfil americano.
Cerca de la actual Cuba, insertó una frase explosiva: «Estas costas reciben el nombre de playas de las Antillas. Fueron descubiertas en el año 890 del calendario árabe, y se cuenta que un genovés infiel, de nombre Qulünbü (Colón), fue quien halló estos lugares».
La dinamita había quedado a la vista de todos, aunque casi nadie se ha fijado hasta ahora: aquel «año 890 del calendario árabe» es una fecha anacrónica. Otra más en la curiosa historia secreta del Descubrimiento. Se corresponde con el año 1485 del calendario cristiano. Y en 1485 faltaban, oficialmente, siete años para que un europeo pusiera pie al otro lado del Atlántico. ¿Fue un error del turco? ¿Se equivocó al adelantar la fecha del Descubrimiento? ¿O quizá no?
Mucho antes de que los cartógrafos europeos dibujaran América, un turco lo había hecho con pasmosa precisión
Cuando llegué al Topkapi y pedí ver el mapa original, mi sorpresa fue mayúscula: pese a que todos los catálogos consultados afirmaban que el Piri Reis estaba en ese recinto, el atlas no se mostraba en ninguna de sus vitrinas.
Enseguida concerté una entrevista con la directora de sus museos, la doctora Filiz Cagman, que se excusó por no poder complacerme. «La petición que usted nos hace es en extremo insólita», dijo. No quiso explicarme por qué mapa tan célebre no estaba expuesto, y respondió con evasivas a mis preguntas, diciendo que el documento se encontraba en un frágil estado de conservación.
Naturalmente, como ella se temió, su respuesta no me satisfizo. Necesitaba comprobar que el mapa decía «año 890», y no otra cosa. Y no iba a parar hasta conseguirlo.
Durante meses, planté batalla burocrática para ver con mis propios ojos el dichoso atlas. Al fin, en octubre de 2002, regresé a Estambul con las credenciales necesarias. Cuando ya creí vencidos todos los obstáculos, la asistente de la doctora Cagman, la señora Göksen, me prohibió el paso. «Nadie ha visto lo que usted quiere desde la época de Atatürk», me dijo muy seria, «y yo no tengo autoridad para mostrárselo». Pero tampoco quise rendirme. Tras varias gestiones con los gabinetes de los ministros de Cultura y Turismo, al fin llegó la orden que abriría el camino hacia el mapa, y el 17 de octubre, a las 10 de la mañana, una de las conservadoras
del palacio me acompañó hasta la biblioteca.
Fue un gran momento. Con pompa, la funcionaria extrajo de un cajón de madera un trozo de piel ilustrado de casi un metro de largo, apenas protegido por una hoja de papel cebolla y un cartón. Era un mapa de colores vivísimos. Y, a primera vista, en un envidiable estado de conservación Ninguna de las reproducciones que había consultado antes tenía aquel brillo: los blancos refulgían sobre el cuero; las líneas trazadas por el almirante Piri desde las dos rosas de los vientos de la carta estaban casi frescas.
–«¿Por qué no exponen esta maravilla?», pregunté. La conservadora, sin perder la sonrisa, se encogió de hombros.
–«¿Cómo es que puede comprarse una reproducción del mapa en la tienda de recuerdos de ahí fuera y nadie desde los años 50 ha podido contemplar este documento?».
Nuevo silencio.
«¿Puede leer turco antiguo?». Al fin, la funcionaria asintió orgullosa. «¿Qué dice aquí?». Ella, solícita, echó un vistazo al inicio de la inscripción más larga del mapa, y luego dijo: «890 del calendario árabe... Tal vez 896. No está muy claro. Pero ciertamente parece 890». «¿Y sabe lo que eso significa?». «Sí», dijo. «Es una fecha. O 1485, o 1491».
El esfuerzo había valido la pena. Allí, en efecto, se escondía un gran enigma.
Al seguir leyendo aquel texto, descubrí que Piri Reis había elaborado su mapa de América gracias a las informaciones proporcionadas por un prisionero español que había acompañado a Cristóbal Colón en sus tres primeros viajes. Fue éste quien le facilitó todos los detalles y quien le habló de cierta carta (un protomapa, debería decir) que llevaba consigo el almirante para su empresa.
Pero, ¿por qué erró el prisionero al dar la fecha del primer viaje de Colón al Nuevo Mundo?
¿O quizá no lo hizo?
Para Ruggero Marino, el presunto desliz del atlas de Piri Reis demuestra que Cristóbal Colón pudo haber hecho un viaje secreto, de exploración, a América siete años antes de su travesía oficial. Ese viaje, según el autor de Cristoforo Colombo, l’ultimo dei templari, se hizo después de que el futuro Almirante descubriera que el rey Juan II de Portugal lo había traicionado. Y me explico: por aquel entonces, Colón trataba de convencer a la corona portuguesa de la existencia de ricas tierras allende las Columnas de Hércules.
Nadie pareció hacerle caso, pero el rey, a sus espaldas, envió Mare Tenebrossum adentro a un capitán de Madeira llamado Domingo de Areo para que explorara esas supuestas tierras. A finales del año 1484, Areo había fracasado en su empeño, pero las noticias de su intentona llegaron a oídos de Colón. Y éste, enojado, desapareció de la corte del rey Juan para no dejarse ver de nuevo hasta un año más tarde, en 1486, ante el trono de los Reyes Católicos.
¿Visitó Colón América en ese tiempo?
¿Tiene razón el mapa de Piri Reis al marcar la fecha de su primer viaje en ese año oscuro de 1485? ¿Fue gracias a ese protoviaje por lo que Colón siempre estuvo convencido del éxito de su empresa?
Hoy, cinco siglos después, sigue siendo imposible responder a estas dudas. Pero, al menos, la fecha de Piri Reis sigue manteniendo abierta la llaga del anacronismo.
Mañana... María Magdalena